Istvàn Sándor – Salesiano coadjutor, mártir
El año 1914 fue trágico para Europa: el 28 de julio, después del atentado de Sarajevo, Austria declaró la guerra al reino de Serbia. Se iniciaba así la gran masacre de la Primera Guerra Mundial. Hacia finales del año precedente, el 16 de noviembre de 1913, habían llegado a Hungría, que a la sazón formaba parte del imperio Austro-Húngaro, los primeros salesianos, un grupo de jóvenes húngaros, que habían transcurrido su período formativo en Italia. En este contexto, el 26 de octubre de 1914 nace Sándor en la pequeña ciudad de Szolnok, situada a unos cien km, al sureste de la capital, Budapest, en la extensa llanura Húngara. Atraviesa la ciudad el río Tibisco, importante afluente del Danubio, que empieza a ser navegable, justo en Szolnoc. La formación del poblado se remonta a los primeros tiempos de la ocupación de la cuenca de los Cárpatos por parte de las tribus magiares. El río y la fértil y extensísima llanura, que se inicia desde los pies de los montes Bukk, han favorecido siempre intercambios que han hecho de la ciudad un centro vivo comercial y cultural y, teniendo en cuenta su posición geográfica, un importante nudo de comunicaciones, especialmente para el tráfico ferroviario. La presencia de fuentes termales y de largos períodos de exposición solar, han contribuido al desarrollo turístico y agrícola, al lado de papeleras y de talleres ferroviarios.
Infancia y juventud
Istvàn fue il primogénito de tres hermanos. Tres días después de su nacimiento fue bautizado en la parroquia franciscana, que más tarde jugaría un papel significativo en la formación cristiana del muchacho. Su papá, que siguiendo la tradición familiar había dado el mismo nombre a su hijo, era ferroviario. Tal empleo estable (entonces, como hoy, por descontado) permitía a la familia un estilo de vida sobrio, pero sereno, en un momento tan difícil para la nación magiar. Teniendo en cuenta la importancia estratégica de la circulación ferroviaria en el contexto bélico, papá Istvàn no fue enviado al frente; pudo así seguir personalmente el crecimiento de sus hijos, sobre los que ejerció un influjo muy positivo y en condiciones de proveer dignamente a su educación.
Desde pequeño, Istvàn fue un asiduo feligrés de su parroquia, confiada a los franciscanos. La comunidad de los hijos de San Francisco eran un valioso baluarte de la vida cristiana en la ciudad. Entrado a formar parte del grupo de acólitos, cumplía con alegría este servicio. Más adelante, renacería en él esta pasión por el culto cuando, ya profeso coadjutor salesiano, se comprometió seriamente a crear un grupo ejemplar de acólitos en la escuela y en el oratorio. Para él, ya entonces, no se trataba solamente de una actividad externa más, ritual, ceremonial, sino de una auténtica forma de servicio al Señor, expresión de verdadero amor a Jesús Eucaristía.
Una verdadera y original iniciación al asociacionismo católico fue, después para él, la pertenencia al “Szìvgàrda” (literalmente, “Guardia del Corazón”), que fomentaba grupos de jóvenes, chicos y chicas, con actividades comunitarias y educativas inspiradas en la devoción al Sagrado Corazón. Dicha organización se mantuvo en plena actividad, de 1920 hasta 1948, cuando el régimen comunista eliminó todo tipo de asociaciones católicas.
Muchacho siempre contento, de humor constante, a quien le apasionaba jugar, sin parar de acá para allá: así lo recordaban sus compañeros. Todos le querían, tenía temperamento de dirigente; reunía junto a sí a sus amigos coetáneos y sabía dirigirlos sin afán de dominio ni arrogancia. Le gustaba recitar en el teatro, exhibirse en el escenario para divertir a los amigos. Desde niño, prefería hacer de árbitro para hacer jugar a los más pequeños.
En casa, tenía también cuidado de sus hermanos pequeños y dirigía las oraciones en la mesa y por la noche. Solía ayudar a mamá en las tareas domésticas. Si sus hermanitos se sentían culpables de alguna fechoría, era normal que él quisiera cargar con la responsabilidad.
Nuestro muchacho frecuentaba asiduamente la comunidad franciscana local, haciéndose amigo de los Frates Menores, especialmente de uno de ellos, el P. Casimiro Kollàr, su director espiritual. Para un adolescente esto no era una cosa normal; la apertura con este digno sacerdote lo acompañó a lo largo de su constante maduración espiritual, aún en situaciones difíciles. En efecto, en los años de la postguerra, se hacía sentir el paro; fueron, también entonces, tiempos de grave crisis económica; resultaba difícil encontrar un trabajo estable. El joven Istvàn, una vez terminada la escuela obligatoria, tuvo que afrontar trabajos físicos más duros, como cargar sacos de cimiento en las canteras o trabajar en una fundición de cobre. De los tres hermanos, él era el más bajo de estatura y de físico más débil. Trabajaba con verdadera dedicación y la madre, por la noche, le tenía que curar las llagas de la espalda, causadas por los pesos que transportaba; lo hacía con métodos caseros, unción-dovi sobre grasa de cerdo.
Sobre los pasos de don Bosco
Los franciscanos, viendo la seriedad de su compromiso y el gran sentido común que demostraba, todo ello unido a la calidad de la vida cristiana que llevaba, aconsejaron a la familia que lo mandaran al Instituto salesiano “Clarisseum” de Ràkospalota (a la sazón un suburbio de la periferia de Budapest). Los salesianos habían abierto hacía poco, en unos locales usados recibido de una familia noble, una escuela profesional para muchachos pobres (también huérfanos o chicos con problemas, enviados por el ministerio de Gracia y Justicia) de los 10 a los 17 años, con artes gráficas y oratorio festivo. Era toda una novedad para la Hungría de aquellos tiempos. Allí se desarrollaban múltiples actividades: acólitos, cantores, deportes, banda de música. A pesar de su esfuerzo en los estudios, nuestro Istvàn no alcanzó nunca un nivel elevado; con todo, en junio de 1928 completó el currículo con notas suficientes.
En este momento, de nuevo en casa, el jovencito de 14 años fue enviado a hacer un aprendizaje metalúrgico (torno, fundidor de cobre); no había otra posibilidad, dada la dificultad de encontrar un puesto de trabajo en aquel tiempo. A lo largo de este período, se mantuvo constantemente en contacto con los franciscanos, sobre todo con su confesor habitual. Esta coherente preocupación por su vida espiritual, junto con la huella profunda que había dejado en él su permanencia en la obra salesiana de Ràkospalota, lo llevaron a preguntarse sobre lo que realmente Dios quería de él. Fue así como descubrió, con la ayuda de su guía spiritual, las señales de la llamada de Dios a la vida religiosa salesiana. Como diría él mismo más adelante, la lectura de las publicaciones salesianas le habían ayudado en su reflexión. También en este espacio de tiempo, se deja ver una de las motivaciones de la elección: su sensibilidad por el trabajo en la tipografía y su predilección por la prensa de difusión popular. De una carta del padre franciscano, su confesor y guía spiritual, sabemos que en 1932 (a los 18 años) había presentado una petición, que no pudo ser atendida porque faltaba el consentimiento de sus padres. Entre tanto había realizado diferentes tipos de trabajo según sus cualidades, incluso de jornalero en la manutención ferroviaria. Hay que destacar su capacidad para ejercitar destrezas manuales, como constatamos también en la juventud de Juan Bosco. Continuó, en este período, la correspondencia con la dirección del “Clarisseum”; para no crear problemas con sus padres, las respuestas llegaban al convento de los franciscanos. Cuando cumplió los 21 años, final de 1935, Istvàn envió su solicitud formal al Superior de los Salesianos, don Jànos Antal. Entre otras cosas decía: “Siento la llamada a entrar en la Congregación Salesiana. Necesitamos trabajo por todas partes; sin trabajar no podemos obtener la vida eterna. Me gusta trabajar”. He aquí un elemento fundamental de su vida: sentía el mundo del trabajo como algo propio. Fue aceptado como aspirante-candidato a la vida salesiana.
El 12 de febreo de 1936 volvía al “Clarisseum”, para someterse a un período de prueba. Viviendo en aquella comunidad, trabajó con entusiasmo como ayudante de tipografía, sacristán y en el oratorio. Pasados tres meses, pidió la entrada en el noviciado, pero sus superiores pensaron que sería mejor que acabara la formación de aspirante así como también su preparación técnica como impresor. Sereno, a pesar de la edad que para aquellos tiempos era algo superior a la media de los novicios, continuó su trabajo hasta el mes de marzo de 1938, cuando, a la edad de 24 años, ya no como aprendiz, sino como tipógrafo profesional, solicitó y se le concedió la entrada al noviciado.
Un noviciado accidentado
En 1938, Hungría vivió un período muy particular: la reanexión de los territorios de población magiar, separados en el Tratado del Trianon (1919) y asignados nuevamente al gobierno húngaro en los tratados de reordenamiento de la Europa Central de 1938. Por lo que Istvàn, habiendo iniciado regularmente el noviciado el día primero de abril de aquel año, tuvo que interrumpirlo para hacer el servicio militar. Como soldado seguía manteniendo el mismo alto nivel de vida espiritual y apostólica, siempre en contacto epistolar con los superiores del noviciado. Trancurría los días de permiso en el “Clarisseum”y entregaba al Inspector el poco dinero que recibía.
Licenciado del servicio en 1939, volvió a comenzar su noviciado el 30 de abril. Sus 25 años eran ya una edad más que normal a la de sus compañeros de noviciado, poco más que adolescentes. Se entiende pues la admiración que suscitaba su comportamiento entre los jóvenes compañeros. “Aunque tuviera nueve o diez años más que nosotros, convivía plenamente con nosotros, de manera ejemplar. No sentíamos en absoluto la diferencia de edad. Istvàn estaba aprendiendo el oficio de tipógrafo, pero en el noviciado no podía practicar el oficio; realizaba bien los trabajos de casa, sobre todo en la cocina. Su prestigio como educador saltaba a los ojos de todos, de modo especial en las actividades comunitarias. Con su fascinación personal nos llegaba a entusiasmar de tal manera, que dábamos por descontado poder afrontar con facilidad aún las obligaciones más difíciles.”. “Daba la impresión de estar rezando casi sin descanso. Al mismo tiempo, daba que hablar en nuestro grupo de jóvenes su gran capacidad de arrastrar, con su ejemplo, aun a los compañeros más indiferentes, provocando reacciones entusiastas, especialmente cuando el grupo de jóvenes de teatro amateur tenía que presentar escenas cómicas”. “Su categoría spiritual era, con mucho, de una categoría espiritual muy superir a la de los demás”. Son testimonios jurados de sus antiguos compañeros de noviciado.
La coyuntura económica de los años ’39-’40 era muy preocupante. Con la ocupación de Polonia se iniciaba la II Guerra Mundial. Pero el noviciado de Mezonyàràd contaba con una amplia finca agrícola de terreno cultivado que garantizaba una buena producción de alimentos.
Istvàn terminó el año de noviciado con la primera profesión de votos religiosos, como salesiano laico (“coadjutor”), el 8 de septiembre de 1940. De su correspondencia de la época se transparenta la inmensa alegría y admiración por aquella vida. Volvió al “Clarisseum”, a su trabajo de tipógrafo, pero esta vez como uno de los responsables; a la animación en la iglesia pública aneja y al oratorio. La tipografía Editora don Bosco gozaba de gran prestigio nacional. Además de las publicaciones salesianas (Boletín Salesiano, Juventud Misionera…) publicaba también colecciones de renombre de obras de teatro para jóvenes, libros de espiritualidad juvenil y de instrucción religiosa popular.
Precisamente en aquellos años, en Hungría, y bajo el patrocinio de don Bosco, se había promovido la Asociación Católica de Jóvenes Trabajadores (‘KIOE’). En el “Clarisseum”, nuestro Istvàn fue el promotor y el alma de esta organización. Su grupo llegó a ser un grupo modélico; él le había sabido infundir la atmósfera serena y la espiritualidad sacramental educativa típica de don Bosco. Catecismo bien explicado, conferencias apologéticas, horas de adoración, salidas-peregrinaciones, deporte y juegos, sana alegría, eran las características de la vida del grupo. Los jóvenes se sentían atraídos y no abandonaron la obra ni siquiera cuando su animador fue reclamado a filas. Hungría había entrado en guerra, junto con Alemania, el 22 de junio de 1941.
En el frente de guerra
Sándor prestó servicio en el ejército húngaro como cabo telegrafista. Algunos de sus compañeros de filas afirman que en la división nunca ocultaba que era religioso consagrado. Creó en torno a sí un pequeño grupo de soldados, atraídos por su ejemplo, a los que animaba a rezar i a evitar la blasfemia. Hasta 1944, con breves intervalos de tiempo, permaneció en el ejército. Durante este período, mientras fue posible, mantuvo el contacto con los superiores religiosos, en particular con don Jànos Antal, provincial-inspector. De sus cartas se desprende la preocupación por su vida interior, aunque se encontrase en medio de graves circunstancias. En los breves períodos de permiso se iba en seguida a la casa salesiana a la que sentía como su verdadera familia, y en la que era acogido con gran afecto. Después fue transferido al frente ruso, donde tomó parte en durísimos combates. Su actitud como militar fue también valiente, lo que le mereció ser decorado con la Cruz al Mérito de Guerra. Tomó parte en la desastrosa retirada del meandro del Don. Hecho prisionero de los americanos en Alemania, pudo poco tiempo después volver a la patria.
En 1944 reprendió su trabajo en Ràkospalota, en todo lo que le permitían las dramáticas circunstancias. El 13 de febrero de 1945, después de tres meses de duros y prolongados combates que dejaron en la ruina a la población, la ciudad entera de Budapest pasaba a estar bajo el control del ejército soviético. En este tiempo los salesianos que se había quedado en la ciudad sufrieron terriblemente de hambre, de la falta de trabajo, de expropiaciones por parte del ocupante. En el instituto de Ràkospalota, totalmente vacío de alumnos, se apropiaron de camas y colchones. Los Hermanos tuvieron que hacerse alojamientos de ocasión, entre los escombros, y afrontar un invierno especialmente complicado.
La sombra de la persecución
El 3 de abril de 1945, el nuncio apostólico Mons. Angelo Rotta, que tanto había trabajado para salvar a muchos hebreos de la deportación, fue expulsado del país por orden personal del mariscal Vorosilov.
El trabajo salesiano se vio reducido a algunos momentos de oratorio, perturbado por las incipientes organizaciones comunistas, que trataban de alejar también a aquellos pocos jóvenes, del contacto con los religiosos.
El 16 de agosto de 1945, el presidente del Gobierno Provisional húngaro firmó el primer decreto de reforma del sistema escolar nacional, sin consultar a las Iglesias, que tenían también una buena parte (el 43%) de las escuelas afectadas por la reforma. Prohibición de usar ningún texto escolar y muchos de los textos católicos. El superior salesiano húngaro comunicò a la Dirección General de Turín: “… Ahora no podemos publicar ni el “Boletín Salesiano” ni “Juventud Misionera”. “Las disposiciones vigentes nos imponen el máximo ahorro de papel.”. Esto último era un medio de control de la prensa por parte del régimen.
El 4 de novembre de 1945 se celebran las primeras elecciones de la postguerra: el partido comunista obtiene solamente el 17% de votos, pero con el apoyo del ejército ocupante soviético, controla todo el aparato político. La tipografía “D. Bosco” de Ràkospalota se encuentra en el punto de mira de los comunistas. Entre tanto, el régimen vaciaba casi totalmente el almacén del papel de imprimir. Por falta de combustible, en el largo invierno 1945-46, las escuelas no pueden funcionar; permanece abierto como espacio de trabajo salesiano el oratorio de Ràkospalota, también para Istvàn. La actividad económica en la casa se reduce, a causa de la falta de funcionamiento de la Tipografía-editora. No se pueden imprimir libros y la librería tampoco puede vender las publicaciones disponibles, ya que “la gente gasta sólo en pan”. Se autoriza la prensa católica de dos publicaciones semanales de las que, a pesar de ello y, por falta de papel, se imprimen pocos ejemplares.
El dos de mayo de 1946 el superior de los salesianos húngaros escribe: “En Ràkospalota estamos en riesgo. Los propietarios de la casa nos quieren echar del Instituto. Estamos a punto de perder nuestros efímeros derechos y nuestro pobre hogar. Esperamos salir de ésta como podamos…”.
Del 12 al 27 de julio 1946 el ministro comunista del Interior, Rajk Làszlò, suprime todas las asociaciones religiosas, tanto de jóvenes como de adultos. Sólo se permiten, con ciertas restricciones, las asociaciones de carácter devocional. Se mete en prisión a muchos responsables de las asociaciones disueltas. En Ràkospalota, los grupos animados por los salesianos se resienten del golpe. De manera especial nuestro Istvàn sufre por la disolución de las KIOE (correspondiente a la JOC de occidente) de las que él era uno de sus dirigentes. A pesar de las prohibiciones legales, él siguió con la actividad de manera casi clandestina, evitando exponerse él y sus alumnos a los controles de la policía política. Cambiaban cada vez el lugar de encuentro, simulando acampadas de grupitos de jóvenes, o encontrándose en fiestas por la noche. En 1948 animaba seis grupos activos de jóvenes, entre los cuales no pocos exalumnos de nuestra escuela. Los contenidos de dichos encuentros no tenían absolutamente nada que ver con la política. Eran simplemente enseñanzas religiosas para robustecer la fe de los jóvenes, a fin de poder resistir a la propaganda atea desencadenada. Se rezaba mucho. El mismo animador compuso algunas de las oraciones.
Los escritos de aquellos años que consiguen llegar a manos de los Superiores hablan de una grave insuficiencia de alimentos y de calefacción en los frigidísimos inviernos, que repercutía seriamente en la salud. Se hace mención de las consecuencias de las privaciones debidas a la guerra y al período postbélico en el que todavía se encontraban. El trabajo de la tipografía en Ràkospalota se ha reducido muchísimo. Aún en abril de 1948 se logran imprimir (pocos ejemplares) del “Sistema Preventivo” de don Bartolomeo Fascie, un clásico salesiano, traducido al húngaro. Pero en junio, el superior húngaro comunica a la Dirección General que “la tipografía está prácticamente paralizada. A lo más, cada mes recibimos el permiso de la censura para imprimir un solo libreto”.
El 16 de junio de 1948 el parlamento húngaro decreta la nacionalización de todas las escuelas (resultado de la votación: 230 a favor, 63 en contra). Ese mismo día se dio a conocer y fue publicado oficialmente el decreto. La Conferencia Episcopal Húngara reacciona estableciendo que los sacerdotes y los religiosos y religiosas no acepten puestos de enseñanza o de responsabilidad en las escuelas nacionalizadas, excepto en el caso de enseñanza de la religión. Los salesianos húngaros ven de este modo al régimen apoderarse de su red de escuelas religiosas e internados (en número de 12), todas ellas al servicio de niños pobres. Permanece el trabajo pastoral en las iglesias y la enseñanza de la religión en las escuelas estatales. Pero aun esto último, un año después, el 6 de septiembre de 1949, se hace facultativo, acompañado por presiones de todo tipo a los padres para que no manden a sus hijos a dicha enseñanza. Se extiende una ficha de los padres implicados, se pide perdón por el trabajo, los hijos no podrán seguir estudios universitarios…
Nacionalizada la sección escolar en Ràkospalota, queda en manos de los salesianos la tipografía como tal, pero con fortísimas limitaciones y sin personal externo. Istvàn realiza la manutención a los maquinistas y sigue fuera a los jóvenes todo el tiempo posible, fomentando con su ejemplo y con las actividades formativas, su vida cristiana. De hecho, los salesianos, habían recibido del episcopado el permiso de continuar, en cuanto fuera posible, su acción educativa en las instituciones que ya desde antes recibían a alumnos suyos que venían del Estado (especialmente del Ministerio de Gracia y Justicia) y que eran numerosos. Era un campo en el que habían sido precursores, también respecto al resto de Europa. Ya en 1925 se les había confiado la obra (correccional de menores) de Esztergomtàbor. El instituto de Ràkospalota tenía que ver, en una buena parte, con estos criterios. El obispo de Vàc, del cual dependía Ràkospalota, erigió entonces en la parroquia la iglesia pública confiada a los salesianos, facilitando así la permanencia de la comunidad religiosa, aunque fuera reducida. Istvàn siguió encargado de los acólitos y de los pocos jóvenes que frecuentaban la parroquia, además de ocuparse de la sacristía, trabajo que le gustaba mucho y que llevaba a cabo con gran espíritu de piedad y edificación de los mismos sacerdotes.
A finales de diciembre de 1948 se ordenó a los salesianos de Ràkospalota la evacuación total del edificio. Se desechó un recurso. Mientras tanto, la tipografía languidecía, al no permitírsele imprimir más que algún que otro folleto de tipo administrativo, pero ninguna obra de carácter religioso. Finalmente, en el verano de 1949, fue confiscada por el Estado. Se impedía así, después de 23 años de actividad, toda posible entrada para los salesianos, haciéndose muy difícil el mantenimiento de nuevos candidatos a la vida salesiana. Efectivamente, la Editorial, había representado una entrada importante para los jóvenes Hermanos: en Szentkereszt había 19 estudiantes de teología, en Mezonyarad 31 estudiantes de filosofía y en Tanakajd 8 novicios que mantener. No es posible imaginar el dolor de Istvàn al ver suprimidas obras importantes a las que él se había consagrado en cuerpo y alma. Empezaron por llevarse la maquinaria; antes y, previendo lo peor, Istvàn había buscado la manera de poner a salvo al menos algunas máquinas más pequeñas en casa de exalumnos. Si se abandonaban los locales, la actividad del oratorio no podía tampoco tirar adelante y la obra salesiana quedó rentringida al ministerio parroquial. En la crónica de la casa se lee, el 19 de diciembre de 1949: “Hemos evacuado completamente el antiguo instituto del Clarisseum y estamos en el mismo territorio, cercano a lo que fue la imprenta. Nos hemos arreglado de la mejor manera posible, pero el local es muy estrecho”. “Además de la tipografía, naturalmente, nos han expropiado también la librería y ello ha producido una ulterior reducción del espacio disponible”.
Un decreto gobernativo establecía que, desde el 1° de enero de 1950, los maestros de religión debían ser pagados por aquellos que enviaban a sus hijos a sus clases. Una maniobra más para eliminar prácticamente la ya tan escasa enseñanza religiosa en las escuelas.
El fatídico 1950
El mes de junio de 1950 el gobierno comunista declara “suprimidas” las órdenes y congregaciones religiosas en Hungría. A partir del 7 de junio comienzan las deportaciones de religiosos y religiosas, internados en lugares de concentración (generalmente antiguos monasterios). También los salesianos son dispersados; algunos son conducidos a lugares de concentración, los salesianos jóvenes y los novicios vuelven con sus familias, o con sus parientes. Los salesianos de Ràkospalota reciben la orden de abandonar también sus chabolas en las que se habían refugiado. Dos permanecen, provisionalmente, en la iglesia parroquial. El superior de los salesianos en Hungría, don Vince Sellye, es arrestado en las cercanías de la frontera austríaca, encarcelado en Budapest, bajo la acusación de haber intentado expatriarse; se le condena a dos meses y medio de reclusión.
El 30 de agosto, el gobierno y el presidente de la Conferencia Episcopal Húngara firman un “acuerdo” según el cual, a cambio de un “apoyo” a las políticas gubernativas, en septiembre serían liberados los religiosos y religiosas internados en los campos de concentración. Sin embargo, poco depués del acuerdo, el 7 de septiembre, la autoridad estatal retira a las órdenes y congregaciones residentes en territorio húngaro, el permiso de actuar; en la práctica: disolución de las comunidades y nacionalización de sus bienes. Permanece solamente en función un número muy reducido de religiosos, con muchas limitaciones, para actuar en 8 gimnasios–liceos, que son restituidos después de dos años de interrupción (desde 1948): 2 a los Benedictinos, 2 a los Escolapios, 2 a los Franciscanos y 2 (femeninos) a una congregación femenina local.
Los Salesianos lo pierden todo: el Estado ocupa todos los edificios. Los religiosos se dispersan y se lanzan a la búsqueda de trabajos varios para poder sobrevivir, cada uno por su cuenta. Algunos trabajan como organistas, sacristanes, realizando trabajos manuales; alguno es acogido por la diócesis y destinado a pequeñas parroquias de campaña. No pueden residir en ciudades, ni mantener contactos entre ellos y durante mucho tiempo están expuestoa a controles de la policía. Al pobre inspector, don V. Sellye, en proceso de segunda instancia, se le condena con gran dolor a 33 años de cárcel.
Istvàn permaneció mientras pudo en Ràkospalota, en alojamientos de ocasión y siguiendo siempre en contacto con los jóvenes de sus grupos. Más tarde, para sobrevivir, tuvo que retirarse un tiempo a Szolnok, en familia, y buscarse un trabajo en una tipografía. Destacaba por sus dotes no sólo técnicas sino también como dirigente educador con los jóvenes, por lo que fue reclamado a Budapest por la administración local, para ocuparse de un grupo de huérfanos, recogidos por el partido comunista. El continuó entre tanto su labor de catequista clandestino, de mil maneras diferentes. Así como también sus dotes de educador cristiano entre el grupo de huérfanos, bien consciente del peligro que corría. Algunos de estos jóvenes fueron escogidos para formar parte de un cuerpo especial de policía a las órdenes del dictador Ràkosi; no obstante, ellos en su interior permanecieron fieles a los valores de la ética cristiana inculcados por su monitor.
En 1951, en un cierto momento Istvàn, al darse cuenta de que era objeto de sospecha por la policía política, cambió de apellido y de alojamiento y encontró trabajo como obrero en la fábrica de detergentes Persil, continuando siempre su apostolado clandestino con los jóvenes. Al constatar que la policía seguía los pasos del Hermano, sus superiores, con los que mantenía contacto a escondidas, pensaron que sería mejor expatriarlo. Cuando ya todo estaba listo para hacerle atravesar la frontera con Austria, Istvàn no quiso aprovechar esta ocasión, sino que decidió más bien quedarse en Hungría. Pensaba que no sería justo irse sabiendo que los jóvenes que él seguía estaban corriendo el peligro de ser descubiertos y condenados. Según él, esto sería como escapar de su responsabilidad de educador cristiano.
Prefirió pues ir cambiando varias veces de residencia. Finalmente aceptó compartir alojamiento con un joven Hermano salesiano, que en el momento de la dispersión estudiaba teología, Tibor Dàniel, quedàndose en Budapest. Esta pequeña habitación se convirtió en el centro de su actividad apostólica clandestina. Aquí, como en otros muchos sitios en los alredores de la capital, continuó su trabajo formativo. Recibia con frecuencia cartas de sus jóvenes. Ninguna alusión política en sus cartas, y mucho menos mencionar la idea de un posible complot, de lo que más tarde sería acusado. Se contentaba con dar solamente respuestas y consejos referentes a la vida cristiana espiritual, en la que los jóvenes deseaban profundizar. Con todo, el régimen ateo, temiendo todo cuanto podía tener aire de cristiano, utilizaba espías para no perder de vista a los ciudadanos; pero seguía de manera particular la actividad de los religiosos dispersos. Sobre todo, lo que le importaba al régimen era el control de la juventud, elemento neurálgico del sistema. Tengamos presente que aun con ocasión de la Pascua de 1989 (¡vigilia de la caída del régimen comunista!) los agentes de la AEH (Allami Egyhazugyi Hìvatal = Oficina Estatal para Asuntos Eclesiásticos) presentaron una relación sobre los empleados estatales, especialmente enseñantes, que habían asistido a las Misas de Pasqua. Se quería a toda costa tener a la Iglesia apartada de la juventud, especialmente de los obreros, base propagandística del partido. Se consideraba un crimen capital el recoger jóvenes para dar formación religiosa. En seguida llovían las acusaciones de complot, conjuras contra el Estado y esto comportaba severas condenas, especialmente en los años ’50, bajo la dictadura de Matyas Ràkosi. Hay que comprender la actividad de nuestro Istvàn viviendo con todo este telón de fondo.
Arresto y condena
Precisamente en la casa habitada por Sàndor y Dàniel se vivía una situación de conspiración. La patrona del inmueble tenía al marido que trabajaba en la tristemente famosa AVO (policía política). Viendo la cantidad de correspondencia que llegaba para Sàndor, empezó a abrir, con los variados sistemas aprendidos de su marido, las cartas. El contenido de las mismas era transmitido a la policía que tenía bajo control al destinatario y al compañero de habitación.
Sucedió entonces un hecho que, para comprenderlo bien, hay que encuadrarlo en una iniciativa que venía del gobierno. Lo tomamos de una persona estudiosa de los sucesos de la época. “Cuando la policía secreta comunista amplió sus efectivos, en 1949, hasta llegar a contar 30.000 miembros, vieron en los jóvenes huérfanos y trabajadores los “elementos más fiables” de los que obtener, con la formación adecuada, buenos policías comunistas. Después de una sesión formativa de tres meses, adiestraron a los mejores para ser “guardias del partido”. Se les otorgó el rango de suboficiales y oficiales, y su cometido fue la protección / defensa personal de los principales jefes del partido. – Partido de los Trabajadores Húngaros, como se le conocía entonces – Ràkosi y Géro. Reclutaron a Albert Zana y a algunos de sus compañeros (antiguos alumnos del Clarisseum, de los que aconsejaba Istvàn), primero como militares y después en la policía secreta (AVO). Estos jóvenes oficiales de la policía, aun después de la nacionalización del Instituto de Ràkospalota y de la expulsión de los salesianos, siguieron teniendo contacto con sus educadores. Sàndor Istvàn […] se reunía regularmente con sus antiguos alumnos y algunos amigos de éstos en el Clarisseum o en apartamentos privados. Sàndor se ocupaba solícitamente de los problemas espirituales de los jóvenes. Entre ellos se preparaban para resistir a la propaganda atea de la dictadura y ayudaban también a otros a mantenerse firmes en su fe. Y también los jóvenes oficiales de la policía conquistaron amigos para la fe.
Cometieron, sin quererlo, un “error”. En la calle principal de Ujpest, en esos días abrieron una nueva posada en cuyo rótulo se leía: “Posada del Infierno”. Junto a la entrada había un cartel que decía: “Entrad al infierno”. Los jóvenes ínterpretaron aquel escrito como una tomadura de pelo de la religión. (Lo cual indica el grado de sensibilidad religiosa de la época; hoy eso sería inimaginable). La mañana del día siguiente los jóvenes esparcieron betún sobre el escrito. Los propietarios del local dieron aviso a la AVO y los perros guiaron a los policías hasta el “Clarisseum”. Aquí capturaron a Hegedus Hajnal, entonces alumno de 15 años del gimnasio, que acababa de llegar en aquel mismo momento. A base de torturas, le arrancaron los nombres de los otros componentes del grupo y el nombre del religioso que les dirigía. En el partido también había personas con buena intención. Apenas dictado el mandato de captura, pusieron al tanto a Sándor Istvàn de lo sucedido. El superior salesiano, Adam Laszlo, como ya hemos dicho, había previsto la posibilidad de hacer expatriar clandestinamente al Hermano. Pero Istvàn creyó que no podía escapar mientras sus alumnos se encontraban en peligro de vida en la patria. Dijo a los amigos que estaba dispuesto también a afrontar el martirio. Pero la patrona de casa de Daniel hizo meter en prisión a Istvàn, a Daniel y a otros salesianos. En poco tiempo encarcelaron también a los demás jóvenes implicados. Matyas Rakosi (el dictador) decidió la condena inmediata de los jóvenes oficiales.
Más adelante se pudieron conocer más detalles del arresto. El 28 de julio de 1952, por la mañana, se presentó en la vivienda la policía política y arrestó a Istvàn. Esperaron después que volviera Tibor Daniel, por la tarde. Cuando éste llegó fue recibido con un violento bofetazo. Le llevaron a la sede central de la policía, al tristemente célebre edificio de vía Andrassy 60 (hoy “Museo del Terror”) donde fue sometido a repetidas torturas que le arruinaron el hígado y el bazo. Por fin, para evitar hacer de él un mártir, lo dejaron ir, en condiciones extremas, a su pueblo. Asvànyràrò (en el norte, junto a la frontera eslovaca). Poco tiempo después, y como consecuencia de las torturas sufridas, murió en los brazos de su madre y de la hermana Elisabetta.
En cuanto a nuestro querido Istvàn, fue llevado a la cárcel del Tribunal Militar de Budapest (zona de Buda, Fo Utca), donde le sometiron a golpes y a continuos y extenuantes interrogatorios. La competencia del proceso la tenía el Tribunal militar, en cuanto que entre los imputados había miembros de las fuerzas armadas. Debido a las inhumanas torturas y a los procedimientos, por desgracia bien conocidos, usados con los prisioneros “políticos” de aquel tiempo (cfr. card. Mindszenty), Istvàn fue obligado a admitir los “crímenes”de que se le inculpaba, aun sabiendo que una tal declaración, podría servirle al tribunal militar, de motivo para condenarle a muerte.
El proceso se inició el 28 de octubre de 1952. Presentes 16 imputados: 9 habían servido en los cuerpos especiales de la policía; 5 eran Salesianos; 1 joven estudiante y una joven estudiante. Todo se desarrolló a puerta cerrada y en una sola audiencia. Fue, como de costumbre, una farsa totalmente premeditada. Todo había sido decidido de antemano por el tribunal, presidido por el teniente coronel Béla Kovàcs, coadyuvado por dos tenientes de la AVH (policía secreta). El ministerio público acusador, mayor Gyorgy Béres representaba la expresión personal del dictador Ràkosi. El tribunal emitió en seguida el veredicto n° I/0308/1952: condena a muerte para Istvàn y tres jóvenes oficiales, considerados “culpables de complot contra la democracia popular, y alta traición”. Dos días después fue también desechada la demanda de gracia que se había presentado de oficio.
Detrás del montaje del proceso era patente la ira del régimen en su enfrentamiento con los religiosos que mantenían alguna relación con los jóvenes trabajadores, considerados como aquellos que debían constituir el zócalo duro de la dictadura.
Durante los años del régimen comunista fueron algunos miles los jóvenes que, con pleno conocimiento del peligro que corrían, frecuentaban de mil maneras diferentes grupos de jóvenes clandestinos católicos y, con la excusa de salidas o de fiestas familiares, participaban en encuentros de formación religiosa y hacían ejercicios espirituales. Muchos fueron encarcelados, torturados, excluidos de poder frecuentar escuelas superiores o de ir a la universidad y debieron dedicarse sin más a hacer de peones.
En la cárcel militar de Fo Utca
Todavía hoy, el que visita la capital húngara, en la zona de Buda, recorriendo la Vía Principal (es el significado de “Fo Utca”) queda impresionado por el triste esplendor del edificio del Tribunal Militar, todo en piedra oscura, cuyas plantas superiores albergaban la cárcel militar. La celda n. 32 de la sección “Alta Traición” fue testigo de la presencia de Istvàn, desde el encarcelamiento hasta la tarde del 8 de junio de 1953.
De estos más de diez meses tenemos alguna noticia gracias a los compañeros que lograron sobrevivir. He aquí uno de los testimonios: “Durante las semanas transcurridas en la celda común, hacíamos lo que podíamos para poder vivir una vida lo más espiritual posible, en el sentido más sincero de la palabra […] Rezábamos juntos y recitábamos el rosario a escondidas, ya que también entre los compañeros de celda había un cierto control interno. Cada celda tenía un “comandante” responsable que debía observar y denunciar toda irregularidad que, después, no quedaba sin castigo. (El régimen infiltraba adrede algún elemento que, haciéndose pasar por encarcelado, miraba de recoger las confidencias de los detenidos). Nuestro amigo Istvàn procuraba infundir ánimos en sus compañeros por medio de consuelo y pensamientos espirituales”. A pesar de saber cuál sería su trágico destino, era portador de serenidad para los otros encarcelados.
Un sacerdote (Jòzsef Szabò), compañero de prisión, afirma: “Sabíamos que Istvàn estaba dispuesto al martirio. Era consciente que, del lugar en que se encontraba, la única vía de salida era la que le conduciría al patíbulo. Era una idea bien comprensible que, como cualquier otra persona, también él se agarrara a la vida y alimentara la esperanza de la supervivencia, si bien él jamás dio la más mínima señal de querer rebajarse a acuerdos. A mi, su padre espiritual, en nuestras conversaciones de celda, me reveló confidencial y sinceramente, no haber participado en ningún complot político. No he vislumbrado jamás ningún interés político de su parte. […] Recuerdo que éramos más de cincuenta en la celda. Imposible pues hablar libremente entre nosotros; cada uno formaba parte de un determinado grupo en el que había espías. Estando en una situación desesperada, todos estábamos expuestos a duras condenas. La pena más ligera consistía en una reclusión de 15 años, aunque eran muchas las condenas a cadena perpetua. Estando así las cosas, la ocasión se prestaba oportuna a acoger pensamientos espirituales bajo la forma de pequeñas recomendaciones improvisadas. Hablaba de las verdades eternas delante del grupo, a las que se unía también Istvàn Sàndor… Se rezaba el rosario completo con los dedos. Nos dábamos cuenta del alivio que producía la oración en los condenados a muerte. Istvàn me pedía frecuentemente de acercarme a nuestros compañeros de prisión y darles la absolución.[…] Los condenados a muerte encontraban consuelo espiritual junto a él”.
Un antiguo compañero suyo de escuela, Mihàly Szantò, alto funcionario del Partido, trató de convencer a Istvàn que colaborara con ellos. Conocían, efectivamente, sus cualidades y, sobre todo, la influencia que ejercía sobre sus jóvenes. El no cedió jamás. Los compañeros de celda que sobrevivieron, fueron unánimes: incluso después de su condena a muerte confortaba a sus compañeros de celda. En momentos de hambre intensa repartía la comida – ya tan escasa – con sus compañeros de celda.
8 de junio de 1953: el testimonio supremo
Después de la comunicación oficial de la sentencia capital al condenado, éste fue conducido de la celda 32, al piso superior de la cárcel militar, la celda de los condenados a muerte, a la espera de la ejecución. Un compañero de celda superviviente, cincuenta años después, confesaba tener todavía impresa en la memoria la triste escena en la que los guardianes de la cárcel pasaron por la celda 32 a retirar sus objetos personales: un pequeño cepillo de dientes, un peine y una toalla. Para los prisioneros, ésta era la señal de que el interesado había sido transferido a la celda de los que pasaban directamente a la ejecución capital.
Los supervivientes afirman que no se podía saber con precisión el lugar donde tenían lugar las ejecuciones. En general, al menos hasta 1953, se llevaban a cabo en el patio de la cárcel misma. Para tapar los gritos de los condenados se solía subir al máximo el volumen de ruido producido por el tubo de escape del motor del camión usado como tribuna. Cuando desde las celdas se oía el siniestro estruendo, intuían que se estaban produciendo ejecuciones, especialmente por ahorcamiento. Nuestro Istvàn fue el segundo en ser ahorcado, según figura en las actas.
El cadáver, junto con el de los otros ajusticiados, fue llevado después en un camión al cementerio de la cárcel judicial de la ciudad de Vàc, donde fueron enterrados todos juntos en una fosa común, sin señal alguna de identificación. No obstante las muchas investigaciones por parte de la familia y de los Salesianos, no se ha logrado localizar con certeza el lugar de la sepultura. Por otra parte, exhumados los cadáveres justo después de la caída del régimen, presentaban tal cantidad de señales de tortura que hacían muy difícil la identificación. Pero quien tiene el don de la fe sabe que también el cuerpo torturado de Istvàn está a la espera gloriosa de la resurrección.
Fama de martirio
En 1989 caía el “Muro de Berlín” y se venía abajo el “Telón de acero”.
En 1990 se celebraron elecciones políticas libres en Hungría y el nuevo Parlamento aprobó la ley de libertad de conciencia y libertad religiosa. Poco a poco comenzaron a reconstituirse las comunidades religiosas abolidas en 1950. También los pocos Salesianos que quedaban iniciaron la constitución de algunas comunidades en los pocos locales restituidos por el Gobierno.
Hubo que esperar algunos años hasta que los hijos de don Bosco llegaran a reunir un número suficiente de personal disponibile, para poderse ocupar de la recogida de documentación y dar inicio, en 2006, al proceso canónico para reconocer el martirio de Istvàn. El 10 de diciembre de 2007, en Budapest, se cerró el proceso diocesano y la última palabra pasó a Roma, a la Congregación de las Causas de los Santos.
Mientras tanto, el pueblo de Dios ha ido tomando conciencia de los trágicos acontecimientos y de la conducta heroica de tantos cristianos en Hungría, bajo el durísimo régimen comunista. A nivel oficial, y también popular, muchas vicisitudes de las que primero se podía solamente suponer o susurrar apenas, salen ahora a plena luz del día. Algunos supervivientes, antes obligados a guardar silencio, ahora han contribuido a reconstruir, al menos en parte, los hechos reales. En nuestro caso, por ejemplo, un párroco, don Jòzsef Szabò, cuenta a sus fieles que, siendo él compañero de celda de Istvàn, sabe muy bien que éste fue ajusticiado a causa de su fe, que le hacía desarrollar una intensa actividad pastoral con grupos de jóvenes. Es un mártir modelo de pastoral juvenil originado por una intensa relación con Dios, vivida con una profunda sencillez y espontaneidad, tanto más alejada de formas externas beatas, cuanto más sólidamente ancoradas en constantes motivaciones de fe y preocupada, por tanto, por dar a los jóvenes aquel amor de Jesús que sentían en sus encuentros.
Son tantas las personas que manifiestan lo mucho que el reconocimiento oficial del martirio de este hombre joven puede ayudar a todos, particularmente, a los jóvenes. Es un ejemplo de vida esplendorosa, forjada en lo esencial, que contrasta con la inestabilidad de hoy, pero actual y que mueve a interrogarse sobre la manera de vivir según las verdaderas motivaciones de nuestras acciones. La rivalidad con las motivaciones que han guiado al mártir a afrontar y superar tantos sufrimientos injustamente, nos empuja a revisar nuestra situación a los ojos de Dios. De manera especial es motivo de reflexión para aquellos que deben de alguna manera ocuparse de los jóvenes en tiempos difíciles, como son, aunque de otro modo, también los nuestros. La causa a la que él dedicò su vida entera, la formación de una sensibilidad cristiana en el mundo del trabajo juvenil, no podría ser hoy de mayor actualidad.
Cuantos le conocieron dan testimonio de que su conducta ejemplar no era una actitud que él había tomado ocasionalmente, sino más bien era el fruto de la convicción que él mantenía constantemente. El martirio fue la conclusión coherente de toda una vida de fe sencilla y de amor profundo por los jóvenes, llena siempre de confiada esperanza, también en circunstancias poco favorables. Es la misma actitud que San Juan Bosco inspira a todos sus hijos: “Daré mi vida por los jóvenes hasta mi último suspiro”.